lunes, 4 de febrero de 2008

Un tiro para el lado de la justicia.

Clausura 2002. Manzi atraviesa uno de sus peores momentos desde que arrancara su participación en el Torneo Centenera, allá por abril de 2001. Las derrotas se suceden una tras otra y los ánimos se van caldeando partido a partido. Ni siquiera el buen triunfo frente a Morite Gil logra mejorar las cosas. Una fecha después de esa victoria, el vapuleado conjunto enfrenta a Pibes Chorros. El partido es tenso, el verde va perdiendo y no encuentra, una constante a lo largo de los tiempos, los caminos al arco rival. Para colmo de males, la actuación del árbitro no hace más que avivar la llama de la furia. No hay fallo del hombre de negro que no sea protestado por la exaltada muchachada manzista. Los gestos de fastidio son evidentes y el único que vela por la calma del equipo es Diego Napolitano.
El querido Napo trata denodadamente de encausar la cosa, habla con sus compañeros, les pide paciencia ante cada entrada vehemente del rival y tranquilidad ante cada equivocación del juez. De repente, una clara infracción del conjunto chorro no cobrada por él, a esa altura comprobadamente ciego, referee se convierte en el tanto que define el encuentro.
Lo que sigue es quizás uno de los momentos más hilarantes de la historia de Manzi y de todo Centenera también. Napo pide calma nuevamente, apura el paso, saca la pelota del fondo del arco defendido por quien esto escribe y se dirige al medio de la cancha. Con la claridad mental de aquel que sabe que pelea por una causa perdida, camina sin prisa con el esférico bajo el brazo. Como otros grandes del balompié, el se hace cargo de la situación y se pone el equipo al hombro. Una pesada mochila.
Una vez que llega al centro del campo, apoya la pelota en el circulo central y se dispone a reanudar el encuentro. Espera la orden para poner en juego el balón, y cuando esta llega con el estruendo del silbato, es ahí cuando se le piantan los caramelos del frasco y todo su pacifismo, todo el autocontrol digno de un monje budista, todo su poner la otra mejilla, se esfuma como por arte de magia. Mira de reojo al polémico arbitro, gira y le apunta con un pelotazo a la cabeza al grito furioso de "¡¡¡toma, juga vos!!!".
Hábil de reflejos, el juez logra esquivar el disparo. Ante la incredulidad de propios y extraños, que no llegan a comprender la magnitudad del acontecimiento, el agredido opta, previendo y previniendo futuros problemas, por amonestar a Napo, en vez de aplicarle la roja que con todas las de la ley le correspondía.

No hay comentarios.: